Hoy me han entrado ganas de teclear. De repente, puede
que no tenga sentido, pero cuando “escribo” no busco coherencia, busco
liberación, comprensión, claridad, relajación y consejo, de mi a mí misma.
Aunque a veces lo único que obtengo, es una sobredosis de confusión. Y aunque
esto que hago, no se considere escribir, a mi me sirve, y con eso sobra.
Me abrazan unos días raros, extraños, cargados de
pensamientos muy confusos, y eso me hace obnubilarme, dudar, más si cabe, de mi
misma. Nunca nadie antes, lo había conseguido, y de repente sin más, me encuentro frente a
algo que no sé cómo describir. No sé cómo hacerlo porque el simple hecho de
hacerlo ya implica la aceptación, y quizá es a eso a lo que me niego, a aceptar
que sigo siendo igual de ilusa que fui siempre.
Me parece tremendamente asombrosa, la facilidad que
poseen algunas personas para pasar página, o para mantener una en constante
movimiento, nunca termina de pasar, pero tampoco se queda quieta. Nunca llega a
la 202, pero no se queda en la 201.
Es como un libro en el que entran y salen de manera
constante numerosas personas, sabes que unas van a durar más que otras, sabes
que otras van a permanecer mucho más tiempo del que crees, y tienes la certeza
de que la huida de algunas de esas personas te va a hacer demasiado daño, más
del que serías capaz de aceptar, de asimilar, de superar.
Cientos de miles de veces, me he prometido, jurado y
perjurado que nada iba a afectarme tanto, que todo iba importarme menos, pero
¿cómo dejar de ser yo, para sentir menos? No sería yo misma.
Cada uno lleva el sufrimiento de sus cosas, hasta el
punto que quiere, lo vive como le interese, lo alarga cuanto desee, lo maldice
tanto como le apetezca y a veces, incluso lo abraza. Pero siempre, antes o
después y como todo, acaba aparcándolo a un lado, durmiéndolo durante un
tiempo, hasta que un pequeño chasquido, ¡CLICK! Lo activa, y vuelta a empezar.
Nadie sabe más que uno mismo como es, y nadie va a acertar
100% como eres, porque siempre nos guardamos un poco de nosotros mismos, para
nuestras noches malas, para nuestros insomnios, para descubrirnos muy poco a
poco. Yo lo hago de manera constante, y me asombro, a medida que avanzo por mi
pequeño libro, me doy cuenta como ahora, soy capaz de hacer cosas, que antes
pensaba imposibles. Mi gran fallo es la extrema paciencia, la agonizante espera
a que sean los demás quienes digan fin, quizá sea, porque odio los finales, las
huidas y las desapariciones, quizá sea porque he sido protagonista de todas
ellas, muchas más veces de las que quisiera, y ser quien las sufre, no es tan
agradable.
En realidad, necesito sincerarme conmigo misma para
seguir delante del portátil.